Te extraño, dijo, fugaz
como una
vela encendida en un día de fiesta
( y vino la
sorpresa y el asombro).
Estamos
acostumbrados a las penas de la ausencia
a colocar
el silencio como escudo.
Todo se
limita a fotografías:
el fuego
creador
la savia impetuosa
de su árbol
y, de este
lado,
el rojo
camino de la consolación
la promesa de
paz
y acatamiento
de mandatos.
Yo también extraño
estar frente a esos ojos
que captan
los matices del amarillo y el naranja
cuando todo
se apaga.
Así paso
los días
envuelta en
su regalo:
mirando en
la pantalla
aquel irresistible
atardecer
que no fue
mío.