....soy de la rosa y la mar... soy el escaramujo
(Silvio Rodríguez)

martes, octubre 31, 2023

La piedra murmuraba

La piedra murmuraba

 


Foto: Myriam Rozenberg
Tomada el 18.06.23 en Belém, Lisboa, Portugal


Él me pidió de mi viaje solamente una piedra.
Escogí una a metros del castillo de Guimarães
pero me pareció que era pequeña, insuficiente.

Cuando tuve oportunidad
busqué otra
que evidenciara
en forma más expresa
el cariño que le tengo.

Fue en la arena de Belém
frente a la Torre
que atrapé un objeto
con forma de pedrusco.

Estaba húmedo aún
y lo envolví en un pañuelo de papel tissue
para que se secara.

Horas después, en el hotel,
comencé a sentir un aroma extraño, desafiante.

Recorrí la habitación por completo:
el baño, los armarios,
los cajones de la mesa de luz.
La fetidez salía del bolsillo interno de mi bolso.
Había olvidado sacar la piedra
a la que encontré adherida
al papel tissue como un hermano.

La olfateé.
La piedra murmuraba
su historia de abrazos con cardúmenes
la morada de un mundo
que genera mil preguntas
que desencadena,
como el amor,
mareas, torbellinos y silencios.

¿Quién soy yo
para despojar
el grito de la sardina
que se había negado a ser pescada
y eliminarlo con agua de la canilla?
¿No sería acaso un doble martirio?

Dejé la piedra en Lisboa.

De mi viaje,
cuando lo vea,
le llevaré estas reflexiones
que son mucho más valiosas.



sábado, octubre 21, 2023

Un texto de Robert L. Stevenson

Hands era el amigo más cercano de John Silver «el Largo», del cual ya es hora que hable: nuestro cocinero, «Barbecue» como le llamaban los otros tripulantes. Desde que subió a bordo, y para moverse con mayor soltura, había sujetado su muleta al brazo con una correa que ataba a su cuello, lo que le permitía usar ambas manos. Era admirable verlo cómo atendía a sus guisos apoyando el pie de la muleta contra un 1 mamparo, lo que le daba el mejor sostén ante el bandear de la goleta. Y mas aún contemplar su paso por la cubierta en medio de los más recios temporales. Para ayudarse había amarrado unas guindalezas que lo defendían en los tramos más abiertos -«empuñaduras de John», las apodaron los marineros -y asiéndose a ellas volaba de un sitio a otro lo mismo usando su muleta que arrastrándola, con la misma prestancia que otro de piernas vigorosas. Sólo quienes habían navegado ya antes con él se lamentaban de sus perdidas facultades.

-No ha habido dos como Barbecue -me contó un día el timonel-. Y no creas que no tuvo buena educación en su mocedad, y cuando quiere saber hablar como los libros, y en cuanto a valor... ¡un león es nada a su lado! Con estos ojos lo he visto trincar a cuatro y romperles a los cuatro la cabeza de un solo golpe... ¡y estando él desarmado!

Desde luego toda la tripulación lo respetaba y obedecía. Tenía una maña especial para hacerse con cada uno y a todos sabía prestarles la ayuda precisa. Conmigo no tuvo sino la mejor disposición, y me trató siempre con alegría al verme aparecer por la cocina, y he de decir que cuidaba de ésta como el más escrupuloso de los criados limpiaría la plata: todas las cacerolas lucían brillantes y ordenadas. Y allí, en un rincón, colgaba una jaula donde vivía su loro.

-Pasa, Hawkins -me decía-; siéntate a echar un párrafo con el viejo John. Eres la persona que veo con más gusto, hijo. Siéntate y vamos a oír lo que tenga que decirnos el Capitán Flint. Le puse ese nombre a mi loro por el famoso pirata. Bien, Capitán Flint, predice el éxito de nuestro viaje. ¿No es así, Capitán? 

Y el loro empezaba a decir a toda velocidad:
-¡Doblones! ¡Doblones! ¡Doblones! -y seguía sin parar hasta que parecía enronquecer y John le echaba por encima de la jaula un paño bajo el que enmudecía.

-Ahí donde lo ves, Hawkins -me decía-, este pájaro tiene lo menos doscientos años... y hay quien dice que algunos viven eternamente. Este ha visto ya pasar más condenaciones que el mismísimo Satanás. Ha navegado con England, con el gran capitán England, el pirata. Ha estado en Madagascar y en Malabar, en Suriman, en Providence, en Portobello. En Portobello, cuando el rescate de los famosos galeones de la Plata. Allí aprendió a gritar «¡Doblones!», y no es para menos: ¡más de trescientos cincuenta mil que sacaron a flote, eh, Hawkins! Estuvo cuando el abordaje al Virrey de las Indias, a la altura de Goa; allí estuvo, y lo miras y parece inocente como un niño. Pero tú no has olvidado el olor de la pólvora, ¿verdad, Capitán?

-¡Todos a sus puestos! -chillaba el loro.

-¡Ah, qué alhaja! -decía el cocinero, y le ofrecía entonces unos terrones de azúcar que llevaba en el bolsillo; y el loro se agarraba con su pico a los barrotes de la jaula y empezaba a lanzar maldiciones sin tino.


Robert L. Stevenson (Reino Unido)
Texto extraído del libro "La isla del tesoro" (2006). Editorial del Cardo.

sábado, octubre 14, 2023

Un extracto de un libro de Ariel Magnus

Esta no es una cita literaria sino que pertenece al diario íntimo de mi abuelo paterno Heinz Magnus, oriundo de Hamburgo, Alemania, que llegó al dique cuarto, sección octava, del puerto de Buenos Aires, a las 7.30 de la mañana del sábado 14 de agosto 1937. Sé que llegó ese día porque en la prensa figura el arribo del Vigo y sé que se subió a ese barco porque tengo su diario íntimo, a pesar de que su nombre no está registrado en la base de datos del CEMLA (como sí está, por ejemplo, el de mi abuela Liselotte Jacoby, que llegó al país unos meses antes que Mirko Czentovic).

El diario de mi abuelo empieza antes, en diciembre de 1935, pero esta es la primera entrada literaria, al menos en que apela a la descripción y cuenta en presente cosas que pasaron hace horas, como se espera de una novela narrada en primera persona (la de Stefan Zweig, sin ir más lejos). Las luces del puerto como imagen taquigráfica de ese mundo ya lejano, al que por cierto nunca volvería (en el único viaje largo que haría prefirió visitar Estados Unidos, nadie en la familia entendió nunca por qué, y es mi deber averiguarlo), podrían figurar incluso en uno de los poemas que Heinz venía escribiendo desde los 15 años y que recopiló en un cuaderno, con índice y prólogo, que también llegó hasta mí. Algunos de estos poemas son impactantes, sobre todo por su clarividencia respecto al nazismo. En mayo de 1933, pocos meses después de que Hitler subiera al poder, mi abuelo rimaba «A los alemanes» versos en alemán que decían más o menos así:

Verdadera tragedia solo hay
Donde se la ve desde el inicio.
Para quien la vive en carne propia
No es tragedia, sino destino.

Con 19 años, Heinz Magnus entendió enseguida que «el aturdimiento se posa / sobre el cerebro de la masa» y que «lo predestinado no se puede remover». Pocos meses más tarde, en medio de las hostilidades que empezaba a sentir en su ciudad natal, escribió otro poema con el título «¡Judío!», en donde anuncia que pertenecer al «pueblo elegido» lo obliga a hacerse cargo de «cumplir con el mandato», ese al que parece aludir en su primera entrada sobre el Vigo. Pese a esto, y a que en la familia siempre se habló de que el abuelo quería ser rabino, sus diarios revelan que en realidad quería ser escritor.


Ariel Magnus ( Argentina)
Extracto del libro " El que mueve las piezas". Tusquets Editores (2017)

domingo, octubre 08, 2023

Cauces y causas en el valle del Douro

Mi cuerpo, como siempre, es una caja de sorpresas. Al día siguiente de un viaje de 24 horas cruzando el océano, comienzo con retorcijones y diarrea. Primero le echo la culpa al sándwich de jamón con trozos de panceta que comí en el restaurant de al lado (ah, ¡el jamón ibérico!). Luego señalo a la Coca Cola, esa maldita adicción que evité durante tantos meses, pero con la que me premié en esta primera tarde en la ciudad de Porto. Después me digo que, en realidad, es el cansancio del viaje, el jet lag, las frecuencias extrañas de comidas y bebidas, esas largas horas en las que se está prisionero en un medio de transporte. Sin embargo, las gotas de sangre en el papel muestran lo evidente: la diferencia horaria en la que tomé las pastillas confundió mi sistema endócrino. Lo hice a las 22 horas, pero en realidad eran las 16 horas de Argentina; mi organismo no entiende de husos horarios.

Enfrentémoslo. Estoy menstruando a pesar de los anticonceptivos. Cuando le cuento esto a mi ginecóloga, un mes después, me dice con entusiasmo: “eso demuestra que aún tus hormonas funcionan, que aún no estás en menopausia”. ¡Vaya alegría!

Esa mañana la paso tan mal que, como en mis viejas épocas, no puedo escapar del baño. Llegué a mandar un mensaje a la empresa de turismo que vendría a buscarme para suspender mi recorrida. Afortunadamente el empleado a cargo del WhatsApp se levantó más tarde, perdió el autocarro o el eléctrico, porque no llegó a leerlo. Estuve a punto de frustrar un apasionante paseo por el valle del Douro y su olor a viñedos y su esperanza de calma. Una naturaleza, la mía, quería imponerse sobre otra, aún tan extranjera.

En el bolso me acompañan mis amigos de siempre: la loperamida y la hioscina. Me ordenan el intestino, me dejan continuar en la aventura que esta mañana me propongo.

Hace frío, hay un viento molesto que no duerme, que se revuelca sobre nosotros cuando miramos, desde arriba, las escaleras repletas de viñedos. Pareciera, incluso, que va a llover y me angustia otra vez pensar en los factores que no puedo controlar.


Foto :Myriam Rozenberg
(Tomada el 08.06.23 en Pinhão - Portugal)

En lo alto del valle me atrevo a comer un bacalhau à brás, lo acompaño con vinho verde. Estoy rodeada de gente agradable, un par de amigas españolas, una madre e hija venezolanas que creí que eran hermanas, bellas y cultas, y un matrimonio de jubilados uruguayos a los que distinguí rápidamente por la tonada. La conversación fluye entre Europa y América Latina, se detiene en historias de emigrantes y también de turistas.

Llueve a raudales cuando entramos a la bodega y me prestan un paraguas enorme que cubriría a varias personas. Mis compañeros uruguayos ya venían preparados, se ponen impermeables. Me cuentan que la semana anterior estuvieron en Galicia donde llovió mucho. Hay olor a recuerdos, a brazos que se esfuerzan, a pies que saltan sobre la uva en esta ráfaga de aire de tierra mojada.

                                                                          

Verás el viñedo bajo el sol proclama el valle y asiente el Douro. 
Allí estoy ahora, parada frente a vides ancianas y modernas, como si la lluvia nunca hubiera existido. Algo de la hoja de parra me conmueve, en cada bodega que camino. Hay un rasgo tímidamente insolente en ese racimo que se balancea para terminar siendo un frescor vibrante, una demorada entrega sensual en la boca de un desconocido.


Foto: Myriam Rozenberg
(Tomada el 08.06.23 en Pinhão - Portugal)

                                                                               
Foto: Myriam Rozenberg
(Tomada el 08.06.23 en Pinhão - Portugal)

En Pinhão el río es largo y ancho. En ambas orillas compiten los nombres de adegas: la mayoría elaboran vino Porto de diferentes calidades.  Probé el blanco, el ruby, el tawny.  Todos ellos se entibiaron dentro mío sin darme sobresaltos. (¡Cuánto lo agradezco!) Pienso otra vez en las manos de los obreros que recogieron las uvas, en aquellos pies que las pisaron en silencio, en aquellos otros que luego las trituraron cantando. Ojalá que mi cuerpo adopte ese proceso, asimile esa tranquila cadencia.  Que tampoco el río se salga de su cauce.



jueves, octubre 05, 2023

Úna canción de The Beatles ( para días como éstos)

I´m so tired

I'm so tiredI haven't slept a winkI'm so tiredMy mind is on the blinkI wonder, should I get up and fix myself a drink?No, no, no
I'm so tiredI don't know what to doI'm so tiredMy mind is set on youI wonder should I call youBut I know what you would do
You'd say I'm putting you onBut it's no jokeIt's doing me harmYou know I can't sleepI can't stop my brainYou know it's three weeksI'm going insaneYou know I'd give you everything I've got for a little peace of mind
I'm so tiredI'm feeling so upsetAlthough I'm so tiredI'll have another cigaretteAnd curse Sir Walter RaleighHe was such a stupid git
You'd say I'm putting you onBut it's no jokeIt's doing me harmYou know I can't sleepI can't stop my brainYou know it's three weeksI'm going insaneYou know I'd give you everything I've got for a little peace of mindI'd give you everything I've got for a little peace of mindI'd give you everything I've got for a little peace of mind


Letra y música: John Lennon - Paul Mc Cartney (Reino Unido)
Publicado en el Album Blanco (1968)


Cosas vistas por ahí

 

 
Foto : Myriam Rozenberg
Tomada el 06.06.23 en una calle de Porto, Portugal.