Sus ojos son la muerte en el espejo
reflejo divino empujado hacia un norte
en forma de gestos de lluvia.
Para dibujar el cielo en la mejilla
hace falta una fragancia de azules
besos de ananá deshaciendo la sangre.
Si la ciudad fueran sólo los cuervos
una densidad de barro cubriría las bocas.
Pero ellos corretean de día
y de noche son otras las sombras.
¿De qué garganta se sueltan?
¿De qué jazmines huyen en la brisa
hacia un bosque de fuego?
Vendrán sus voces, moribundas,
a cantar ardientes profecías.
Como un cisne
batiendo sus alas
hacia la absurda sonrisa de la tierra.
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