Hoy he visitado Souk el-Tawil.
Miles de personas rodando su sonrisa
con un vano candor.
Si los comerciantes hubieran apreciado
que yo buscaba mi naturaleza
entre ceniceros de cerámica y coloridas alfombras
quizás habrían vociferado mi nombre
-simplemente la firmeza de dos sílabas-
para que algún transeúnte me comprara.
Pero valgo más de lo que alguien
está en condiciones de pagar
y no sé cuánto tiempo ha de transcurrir
para que un nuevo cliente
se fije en mi aspecto.
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