(foto: Myriam Rozenberg)
Salgo a la calle, en Villa Crespo, para ser testigo de la locura desatada por el tercer título de la Selección, y veo a un chico de unos 20 años, sentado en un umbral, abrazado a un rosario.
Lo veo conmovido.
Le grito: "No hay que estar triste, ahora hay que festejar."
Me mira, me dice: "Es que tengo a alguien arriba", y me señala el cielo.
Le digo que yo también perdí a mi papá hace 2 años, pero que, seguramente, ellos también están festejando.
Me sonríe levemente y nos saludamos los dos levantando el pulgar.
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