Nuestros bosques no obligan el hombre a perderse
José Lezama Lima (Pensamientos en La Habana)
Y sin embargo participando de la voluptuosidad
extendida de la noche presiento
que el infierno es un aforismo calvo y repetido
donde se entrecruzan hiedras ovilladas con temores.
El bosque es simplemente
un redondel de espesura
médula impulsada por émbolos de palomas
arroyos que transcurren su embriaguez sin escalofríos
hasta que un cuerpo monstruoso en su mirada
separa la proclama
del pañuelo que alza como un rótulo.
Grotesca estela de pisadas
-espejos somnolientos de las nubes-
se penetra más cuando se procura agudizar los sentidos
desperezarse de la oscura sabiduría de las hojas.
El tronco mendicante estira sus ramas
como abanico que se reinventa
y como una inútil red sin trapecio
atrapa las hebras de la piel
para contraerlas en una escultura de flor.
El asombro por la danza de colores del amanecer
no clarifica la inquisición de la culpa
no deshace el metal que se ahonda en la espalda.
Cuesta escapar entre laberintos de alcaloides
que balbucean desde la hierba
fragmentos de sueños sucesivos
que se ofrecen como el cálido pan del mediodía.
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