A veces
siento en la casa
las gastadas manos de los ancianos que la habitaron
las ventanas en simbiosis con sus respiraciones
el pasillo deletreando el pasaje de sus pies cansados.
Entonces me callo para escuchar
el rústico lenguaje que ha sido
como una epifanía tendida entre sus camas
una densidad de textos entretejidos que apelmazaban el silencio.
Allí podían verse sus ojos trasplantados al infinito de los libros
los contornos de las ondas de la radio que susurraban
la inminencia de la compañía.
y las alas aplastadas imposibles de realizar un nuevo viaje.
A veces
aunque pasa desapercibido para todos
se oye la prepotencia de mis manos
los colores ahogados en las persianas
y el pasillo se encuentra demasiado consumido
para descifrar las pisadas de mis pies
que entre códigos secretos de gramáticas
poco a poco
van envejeciendo.
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