Hace un par de semanas fuimos con mi sobrino a ver una obra de teatro llamada " Un almuerzo argentino". En otro posteo voy a contar algunas cosas de la obra, que se conectan con otra que vi el domingo pasado " La papa".
Pero quiero detenerme en un momento, en el inicial, en el principio de la obra.
Se trata de un almuerzo familiar, y, desde el otro lado del escenario, vemos una casa, a la que van entrando los invitados. En esa instancia, como suele suceder, todos los familiares se saludan y se hacen preguntas generales.
Los espectadores vemos un bullicio, un caos.
Hacemos un esfuerzo por atender a alguno de esos diálogos.
Un par de personajes hablan cerca de un mueble, otros atrás de la mesa, aquellos cerca de la puerta, algunos se van sentando. No sabemos dónde poner el oído ni la vista, movemos la cabeza hacia un lado y hacia el otro, desorientados.
¿Es este alboroto lo que vinimos a presenciar?
Esa simultaneidad me trajo a la memoria ese instante sublime del cuento El Aleph de Borges.
Ser testigo de lo que sucede todo junto, la confusión, el desorden, lo que transcurre amontonado en cada fracción no medible del tiempo.
Solo D-s conoce los íntimos secretos del mundo en forma sincrónica. El ser humano no está capacitado para eso; y si pudiera, podría llegar a enloquecer.
No nos ha sido dado ese poder y agradezcamos, también, estar libres de tanto conocimiento.
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