La San Antonio y la Victoria se alejaron. Entonces, el capitán general tomó una decisión sorprendente. En vez de enviar a la Trinidad y la Concepción a buscar el paso, mandó poner en el agua dos chalupas e hizo embargar en ellas a una decena de hombres con un tonel de agua y uno de galletas. Estas embarcaciones remontarían el canal a remo y vela, y volverían para presentar su informe. Las tripulaciones manifestaron su satisfacción con aclamaciones. El artillero de la Concepción, Roldán de Argote, un flamenco de rostro rubicundo, se ofreció como voluntario para dirigir la flotilla y eligió cuidadosamente a sus compañeros. Las dos chalupas se hundieron en la bruma y desaparecieron de la vista de las tripulaciones aglutinada en las cubiertas de las dos naves.
Dos días más tarde, hacia el mediodía, el vigía lanzó un grito. Había visto las chalupas, que regresaban a buena marcha. Sus pasajeros hacían grandes señales alegres y gritaban a voz en cuello. Después de subir a bordo de la Trinidad, Roldán de Argote se arrodilló, se hizo la señal de la cruz y presentó su informe. Después de un solo día de navegación por una estrecha entrada, había llegado frente a un promontorio parecido en todo al de las Once Mil Vírgenes. Atracó y trepó hasta la cima: entonces descubrió una inmensa extensión de agua. Era el mar del Sur.
El capitán general lo interrumpió:
- ¿Estás seguro de lo que dices?
-¡Que arda yo en el infierno si miento! Ese mar se extiende hasta el infinito. NO puede ser otro que el que descubrió Balboa junto con la isla de San Miguel. ¡Benditos sean Dios, la Santísima Virgen y Su Glorioso Hijo! Tenía usted razón: el paso existe y, dentro de pronto, llegaremos a las islas Molucas.
Fernando de Magallanes se apartó del resto para ocultar su emoción. Su intuición no lo había engañado. Había presentido la proximidad de ese paso y no había cedido al demonio interior que le sugería renunciar. No cabía en sí de alegría. Al igual que Bartolomé Díaz, de gloriosa memoria, había ido más allá de los límites del mundo conocido al descubrir una ruta hasta entonces inviolada, que unía el mar Océano con el mar del Sur. Podría volver a Sevilla con la frente alta y hacer enmudecer a todos los que lo habían llamado loco o insensato. Lo más importante estaba hecho: lo demás era una simple formalidad. Debería remontar hasta el ecuador y luego dirigirse hacia el oeste para llegar a las Molucas. Era cuestión de pocas semanas y seguramente los vientos le serían favorables, o al menos así lo deseaba.
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