Príncipe 2
Ese príncipe practica su beso que despierta. Reconoce ser único en dicha habilidad y pretende afinarla al máximo. Su éxito no es total. No importa: es extremadamente apuesto, joven, tiene tiempo.
Considera que su éxito no es total y absoluto no porque las doncellas que besa no despierten, no. Todo lo contrario. Sabe llegarse con gran sigilo hasta las castas alcobas y cuando encuentra a las doncellas sumidas en el más profundo de los sueños, las besa. Y las doncellas despiertan. Demasiado. Se vuelven exigentes, despiertan a la vida, al mundo, a sus propios deseos y apetencias; empiezan los reclamos.
No es así como él las quiere.
Insiste en su empeño porque algún día le tocará la verdadera prueba, la definitiva. Sabe que en algún lugar del desaforado reino yace una princesa hermosa, irremisiblemente dormida, que lo está esperando para su salvación. La salvación de ella y también la de él. Simultáneas, equivalentes.
Entregado a la búsqueda, el príncipe de nuestra historia besa por acá y besa por allá sin prestar demasiada atención a los resultados. Besa y se va, apenas un poco inquieto. Los años no pasan para él mientras persiste en su búsqueda. Él sigue igual de joven y apuesto, pero su beso obtiene resultados cada vez más profundos. Sigue buscando tan sólo en apariencia, desinteresado por dichos resultados.
Y cuando por fin encuentra a la bella princesa durmiente, la misma que lo espera desde siempre para ser despertada por él, no la toca. Sin besarla ni nada, sin siquiera sacarla de su facetado sarcófago de cristal, la hace transportar a palacio con infinitas precauciones. Allí la ubica en una estancia cerrada a resguardo del sol y desde lejos la contempla, inmóviles ella y él, distantes. Ella es una joya. Ella es hermosa y yace en su sarcófago como pidiendo el beso. Al príncipe el beso que despierta se le seca en la boca, se le seca la boca, todo él se seca porque nunca ha logrado aprender cómo despertar lo suficiente sin despertar del todo.
“La respeto”, les dice a quienes quieran escucharlo.
Y ellos aprueban.
Luisa Valenzuela (Argentina)
Del libro Cuentos completos y uno más (Editorial Alfaguara)
Ese príncipe practica su beso que despierta. Reconoce ser único en dicha habilidad y pretende afinarla al máximo. Su éxito no es total. No importa: es extremadamente apuesto, joven, tiene tiempo.
Considera que su éxito no es total y absoluto no porque las doncellas que besa no despierten, no. Todo lo contrario. Sabe llegarse con gran sigilo hasta las castas alcobas y cuando encuentra a las doncellas sumidas en el más profundo de los sueños, las besa. Y las doncellas despiertan. Demasiado. Se vuelven exigentes, despiertan a la vida, al mundo, a sus propios deseos y apetencias; empiezan los reclamos.
No es así como él las quiere.
Insiste en su empeño porque algún día le tocará la verdadera prueba, la definitiva. Sabe que en algún lugar del desaforado reino yace una princesa hermosa, irremisiblemente dormida, que lo está esperando para su salvación. La salvación de ella y también la de él. Simultáneas, equivalentes.
Entregado a la búsqueda, el príncipe de nuestra historia besa por acá y besa por allá sin prestar demasiada atención a los resultados. Besa y se va, apenas un poco inquieto. Los años no pasan para él mientras persiste en su búsqueda. Él sigue igual de joven y apuesto, pero su beso obtiene resultados cada vez más profundos. Sigue buscando tan sólo en apariencia, desinteresado por dichos resultados.
Y cuando por fin encuentra a la bella princesa durmiente, la misma que lo espera desde siempre para ser despertada por él, no la toca. Sin besarla ni nada, sin siquiera sacarla de su facetado sarcófago de cristal, la hace transportar a palacio con infinitas precauciones. Allí la ubica en una estancia cerrada a resguardo del sol y desde lejos la contempla, inmóviles ella y él, distantes. Ella es una joya. Ella es hermosa y yace en su sarcófago como pidiendo el beso. Al príncipe el beso que despierta se le seca en la boca, se le seca la boca, todo él se seca porque nunca ha logrado aprender cómo despertar lo suficiente sin despertar del todo.
“La respeto”, les dice a quienes quieran escucharlo.
Y ellos aprueban.
Luisa Valenzuela (Argentina)
Del libro Cuentos completos y uno más (Editorial Alfaguara)
2 comentarios:
A metafísica do amor. A metafísica do beijo. A realidade do "respeto”.
Me encanta este relato de Luisa Valenzuela. Pertenece a una serie con personajes de príncipes.
Este príncipe respeta? O tiene temor de que se rompa esa cajita de cristal que es el amor, si ella despierta? Hay mujeres que sólo quieren ser besadas, sin demandas posteriores...
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