Un hombre, llamado Salvador, paseaba con su familia por las playas de Mar del Plata.
Se había detenido a mirar el mar, sus grandes olas, mientras se hacía las mismas preguntas que se hacen todos cuando se confronta esa enorme inmensidad: qué pequeños que somos, para qué hemos sido creados, quién habrá en el universo además de nosotros.
De pronto, entre todo lo que lleva y trae el agua, vio una botella de vidrio que flotaba.
Era, quizás, una botella paseandera, como esos objetos que, en los cuentos de Hans Christian Andersen, recorren el mundo, para adquirir experiencia.
La botella tenía un papel enrollado en su interior.
Consciente de que ese era un hallazgo maravilloso, algo anacrónico por cierto, Salvador quiso acercar la botella.
Caminó unos metros y encontró la rama de un árbol, con la que apenas alcanzó a pegarle unos golpes al vidrio.
Entusiasmado, Salvador bajó por la escollera para intentar agarrar la botella con la mano.
Con los pies hundidos en esa mezcla dolorosa de piedra y arena, y el agua llegándole a las rodillas, una ola inmensa lo arrastró, recibiéndolo en su tibieza.
La familia, desesperada, gritó. Vinieron entonces los hombres de Prefectura, pero a pesar del esfuerzo, sólo retiraron un cuerpo muerto.
De la botella nadie más habló.
En su interior alguien había escrito: Ahora conocerás todos los secretos.
1 comentario:
Olá, Myriam. Saudades.
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