Flor y mar
La madre María Josefa de la Concepción y Palacios pasó de Toledo a Cádiz sin ninguna novedad. Iba camino a Lima a fundar el convento de María y José.
Llevaba las reales órdenes. Cuarenta cajas con ornamentos religiosos y hábitos, doce pares de cruces de oro y plata. Llevaba seis religiosas; todas entre los diez y seis y diez y ocho años cumplidos.
En el puerto de Santa María corrían los rumores de piratas franceses y holandeses. Ella se despidió de las hermanas con lágrimas en los ojos. Era el primero de marzo de mil setecientos. Seis de la mañana.
El piloto del navío San José no quería dejar aquel puerto. Tengo un sino entre ceja y ceja y algo me dice que seremos prisioneros de los holandeses. La madre María Josefa le replicaba: Piloto Núñez, no mira usted que vamos en el San José? ¿Y qué tiene que vayamos en el San José, reverendísima hermana? Que el San José florece en las aguas, dijo ella. Hacía buen viento cuando despegaron velas. Por entre la niebla un barco aparecía.
Los piratas tomaron las cruces y el aceite, el tocino, las jóvenes vírgenes miraban con ojos suplicantes.
A una desnudaron en presencia de todos. Trinidad de diez y siete años se llamaba. Primero se desmayó. Así la contemplaron. Luego, entre alcoholes y risas le vistieron el manto de una india. Esta la quiero para mí, dijo el corsario Lipika.
La Madre María José no levantó los ojos en toda la noche. Lo mismo hicieron las otras cinco compañeras. La pasearon de mano en mano, la besaban, la acariciaban, la montaron encima de un perro negro. La emborracharon. La jugaron a los dados y a las cartas.
En la noche hicieron aparición los juegos de san Telmo. María Josefa tomó un rosario de pétalos de rosa y lo arrojó a la mar. El cielo se tiño de rojo. Los piratas dormían.
Luciérnagas en la mar. El San José florecía con los pájaros del amanecer.
Tarsicio Valencia (Colombia)
Publicado en Festival de poesía de Medellin
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