Cosas banales acaban determinando toda una vida de alegría o sufrimiento. Episodios sobre los cuales no tenemos control. Al final, ¿quién puede saber lo que va, o no, ser internalizado por un niño? Tenemos la impresión de que solamente los hechos importantes se amarran a la memoria profunda. Cuando, en verdad, un día cualquiera puede ser determinante.
Esta es la historia de un día cualquiera que fue determinante para mí.
Era el primer boletín de primer grado. Un momento ansiado. Aquel pedazo de papel mediría, con precisión matemática, cuanto aprendí en varios campos del conocimiento humano, desde lengua portuguesa a matemática, pasando por la ciencia. Y , con precisión cromática (marcas verdes, amarillas o rojas) , afirmaría o negaría mi aptitud para la vida en sociedad, diciendo si yo era participativo o si tenía buena conducta por ejemplo.
Siempre fui un niño de buena conducta. Nunca me suspendieron. Nunca pelee.
Pero, por algún motivo, la maestra Tania, de primer grado, halló mejor, en aquel primer boletín, alertar a mis padres de que mi comportamiento en el aula era AMARILLO. No verde, lo ideal, ni rojo, abominable. Amarillo. Alerta. Fue con terror que vi aquel amarillo manchando mi boletín. Mi primer boletín. Fui a hablar con la maestra y ella dio una respuesta evasiva cualquiera. Dijo, probablemente, que yo conversaba demasiado en El aula. Mentira. Hoy sé que Ella probablemente ni se acordaba de mi y completó aquellos cuadraditos amarillos al azar motivada por el cansancio de la noche o una tensión premenstrual.
Cosas banales determinan la vida de las personas.
Llegué a casa y le mostré el boletín a mi madre. Hasta entonces, yo no estaba muy preocupado. Enojado con la injusticia, tal vez, pero no preocupado. Cuando mi mamá llegó del trabajo, más cansada de lo que yo era capaz de comprender en esa época, le entregué orgulloso, mi boletín. Mi esperanza era que ella me elogiara por las notas altas. Pero las cosas banales, marcas amarillas contra un pedazo de papel color rosa, determinan la vida de las personas.
Mi madre prestó atención solamente para mi comportamiento amarillo. Peligroso. Al borde del abismo. Era como si yo fuera un potencial psicópata. Las notas pasaron desapercibidas. Al inicio de esa noche, todo lo que escuché fue que mi comportamiento era horrible, indigno, etc. Pedí disculpas. Prometí mejorar. Pero el daño estaba hecho. Ni la maestra ni mi madrea ni yo sabíamos de eso en esa época.
Dos meses más tarde, el segundo boletín. Notas altas. Y las mismas marcas amarillas en el espacio “comportamiento”. Estaba maldito.
Después de eso, todas las referencias a mi comportamiento fueron buenas. Las notas continuaron altas. Hice de las mías, como todo niño saludable, pero siempre supe esconder mis travesuras mas graves. Crecí, me hice adulto y padre. Pero aquellos espacios amarillos todavía me asombran. Me sacan de quicio. Me dan ganas de llorar.
(Debido a estas marcas amarillas, ya tuve ganas de morir).
Nadie tiene obligación de conocer esta historia. Ninguno está obligado a calmar mi dolor por causa de aquellos cuadraditos amarillos. Pero, ya dije, cosas banales determinan la vida de las personas. Y siempre que recibo cualquier tipo de mala anotación en mi boletín emocional, entro en pánico. Porque me doy cuenta, que por más que me esfuerce para ser el niño ideal, siempre habrá cosas banales, sobre las cuales no tengo control ( el cansancio de la maestra, la confusión entre algún alumno conmigo), que me señalarán como alguien reprobable.
Paulo Polzonoff (Brasil)
Publicado en su blog http://www.polzonoff.com.br/page/12/
Traducido del portugués por Myriam Rozenberg
No hay comentarios.:
Publicar un comentario