Envenenado. ¿O habrás muerto por haber bebido agua helada
cuando te subió la fiebre? Te abrazaré durante diecinueve años.
Prepararé especias y aceites perfumados, postergaré lo inevitable.
Mirra pura molida, canela. Una pequeña hoz corta la piel sobre el
esternón, unos golpes de mazo de madera sobre el cuchillo, como de
latonero. Levantan el hueso del pecho; te buscan la raíz de la lengua.
No por la boca. Por el esófago. Sacan la lengua por el esófago. Te
abrazo, grito: lo que yo necesito mi lengua tu boca tu lengua.
Yo estoy desesperado desto.
Incisiones en los brazos, las piernas y los muslos para que
penetre el tomillo, la flor de lirio, la canela. Cosen con costura de
pellejero, y luego pintan con acacia. Treinta kilogramos de mirra y
aloe y una piedra de ágata para pulir.
La Católica Reyna echa una resina de olíbano sobre un pedazo
de carbón encendido. Supura y cristaliza; huele.
Deseo más que ninguno bolver a Flandes.
Están tus dedos, y tu mano; están tu cuello y tus hombros.
Estás para siempre, tan quieto. Mientras, te crecen las uñas. Comerte
esas uñas que van creciendo.
Tus dedos están ahí, pero es acá adentro donde se mueven;
cálidos, dibujan lunas, soles, elementos circulares. Tus dedos
moviéndose. Tengo una caja llena. Las reliquias de la corona; los
cabellos de Cristo y de la Virgen, miles de huesos de distintas partes
de cuerpos santos. Mi caja llena de un sudor dulce. Una colección
de cuernos de rinocerontes, cornamentas.
No iré a misa. En los monasterios, en las criptas, saquearán mi
caja llena. En esta caja donde te crecen las uñas. Donde te como las
uñas mientras te miro, mientras viajo hacia la capilla real de
Granada. Viajo abrazada con tus dedos rozándome la primerísima
cuna.
Disponen una venda con un lienzo de seis centímetros de
ancho. Sin embargo, no podrán vendarte aquí adentro donde estás.
Acá, no entran vendas.
Yo estoy desesperado desto
Sahumar en incienso. El tercer, el séptimo, el trigésimo día.
Desengancho los alfileres de hierro que sostienen el velo para que
vengas desnudo. Desnudo el ombligo. A la altura de la pelvis, en
columnas de espesor, hacia abajo; agua dura. Visos, ondulaciones
que tienen las piedras, las maderas. Siento el latido del agua, su
lecho vibra de azul río hasta mi vientre. Erguido, al mar, volcarte
agua.
Debajo del hielo, Alteza, hay agua líquida.
Ana Arzoumanian (Argentina)
Del libro Juana I (fragmento)
Puede leerse completo en la página de la autora http://anaarzoumanian.com.ar/descargas/libros/Juana_I.pdf
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