En ese entonces la felicidad era la risa lejana de un demonio
simple de alcanzar si uno se vendía
como una cosa usada.
Quise alejarme.
Con los brazos abiertos proclamé la viudez de la noche
la mortalidad de los excesos
la epopeya resuelta del abatimiento.
Tonta de mi cambié de geografía
pensé que el clima sería limpio renovado.
Huía de las lluvias.
Me equivoqué
-inevitablemente siempre me equivoco-.
Humedecen.
Todas las lluvias son iguales.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario