El verbo se asoma
como una cuchara, listo para revolver el caldo interior, que siempre estuvo
quieto.
Todas buscan lo
perfecto. Se someten al verde del campo, bajo la luz serena, observando pasar a otros que se entregan torcidos, también domesticados.
La noche les venda los ojos, extrema calores y fríos en sus cuerpos redondos y ellas se aferran a la ilusión de que nada es efímero.
Cada día es una antorcha blanca que enciende el pastor. Él atestigua con su cántaro vacío.
El ganado deambula y se mezcla.
Ignorantes de todo, se husmean. Escuchan, atentas, sus propios mugidos.
El pastor se aleja y sonríe.
Todas las vacas amanecerán dormidas en el Mercado de Hacienda.
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