Siempre se consideró muy bonito. Gustaba de ser contemplado. Ya desde la escuela, se paraba al frente de la puerta del aula para que las nenas lo vieran. Luego, adolescente, fue en los boliches. Se quedaba en la barra, remerita ajustada, expuesto en la banqueta.
Años después comenzó a hacerse tatuajes. Primero fue uno pequeño, en el brazo. Poco a poco se animó a marcarse más. Dibujos diferentes, cada día más grandes. Un espiral, una estrella, la clave de sol, la canción del cantante pop más famoso en letra gótica, el rostro de un ídolo de fútbol en blanco y negro, una frase famosa en letras rojas como un lema para conducirse en la vida.
A diferencia del hombre ilustrado, sus tatuajes no cuentan historias. Son simplemente señales para detenerse. A él no le agrada que lo toquen, los cuadros como él, lleno de colores, nacieron para ser devorados en miradas.
1 comentario:
Gustaba más de ser observado que incluso de observarse a sí mismo. Seguro que su epitafio fue o será: ver y no tocar.
Muy bueno. Saludos.
F.
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